sábado, 27 de agosto de 2011
Lo grande de ser pequeño.
Que curiosa que es la vida. Recuerdo las veces que, de pequeña, pensaba en las inmensas ganas que tenía de hacerme mayor. Tenía que ser rápido, muy rápido, para poder hacer todas esas cosas que mi niñez me impedía alcanzar. Y es curioso que, ahora que ya no soy una niña, no hay un día que pase sin anhelar todo aquello, y me doy cuenta precisamente, de que mucho de lo que que hago tiene ese punto de madurez que me aleja de lo que persigo: poder seguir siendo pequeña. Porque los pequeños caben en los sitios pequeños. Pasan desapercibidos ya que apenas se les ve, y se les oye poco porque no hacen casi ruido. Son pequeños y precisamente por eso son tan grandes.Y no es que yo no quiera ser mayor. No. Es que me siento mucho mejor cuando me hago pequeña. ¿Me seguís? ¿Alguien me sigue? Si lo haces, si lo hacéis, preguntaos tras esta reflexión, por qué no es nada difícil impregnarse de la energía positiva que desprende un niño. Un pequeño. En cambio, no es nada extraño encontrarse con imperios de negatividad y tristeza alojados tras las palabras de un “no pequeño”. De un mayor. A lo mejor será que no evolucionamos, sino que sufrimos una profunda y completa involución mientras vamos creciendo. Podría ser. Mientras lo pienso, dejadme que os diga que la historia de mi vida es la historia de una niña, que decidió, solo cuando lo necesitó, tomar el camino de los grandes.
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